Una potrilla entre hilos

Lunes, 3 de febrero de 2025
Querido Edu,
Sigues respirando.
Sigues oxigenando.
Y eso… ya es mucho.
Lo dicen con calma.
Como quien no quiere asustar.
Pero yo lo oigo como una plegaria que se repite.
Estás.
Todavía estás.
En la eco de hoy han visto que sigues guardando.
No amor, ni aire, ni descanso.
Sino reservas de caca.
Una acumulación que crece, que no se mueve,
que se queda como todo lo demás: detenida.
Tus tripas nunca han funcionado.
Nunca han dado tregua.
Todo se queda dentro, atrapado, fermentando en silencio.
Una alarma encendida que ya no pueden ignorar.
Como si tu cuerpo fuera una caja fuerte absurda,
un escondite imposible de vaciar.
Por eso te harán mañana un TAC.
Definitivo, dicen.
Para ver qué se cuece ahí dentro.
Para entender hasta dónde llega la obstrucción,
y si algo más está fallando.
Y ya que van, mirarán también esos pulmones.
Quieren saber si siguen avanzando,
si siguen trepando hacia la luz.
¿Has visto lo que te he traído?
No he podido reprimirme.
Tú sabes que esa sensibilidad excepcional de nuestros hijos
me conmueve desde hace muchos años.
Ellos siempre han sabido mirar.
Lo descubrimos aquel día en la juguetería, ¿te acuerdas?
Fue Doraemon quien nos lo enseñó.
Solo podían llevarse uno, esa era la norma.
Uno solo.
Pero en la estantería había dos.
Dos iguales.
Dos cuerpos suaves, idénticos, pegados
como si el destino no pudiera decidirse por ninguno.
Ellos lo entendieron antes que nadie.
Escogieron uno, sí.
Pero antes de hacerlo
abrazaron al otro con tanto amor,
con esa ternura suya que no se aprende,
que solo se tiene.
Lo besaron.
Le susurraron al oído que no se preocupara,
que encontraría otra familia,
que él también sería elegido.
Que no estaría solo.
Y lo dijeron en serio.
Desde algún lugar donde los niños hablan de verdad.
Yo me contagié de ese don extraordinario.
No podíamos dejarlo allí.
Era como abandonar a un corazón sin cuerpo.
Como decir adios a alguien que todavia te está mirando.
¿Y cómo se les explica eso?
¿Cómo decirles que ese guardián de secretos se quedaría atrás?
A mis hijos, dejar a una criatura sin hogar,
les resultaba siempre doloroso.
Así que nos llevamos los dos.
Un par de gemelos de trapo que desde entonces dormirían juntos.
Porque no vieron muñecos.
Vieron latidos.
Vieron miedo en los ojos que nunca parpadeaban.
Vieron una rendija de abandono que no debía abrirse otra vez.
Y lo que yo pasé por alto,
ellos lo sintieron al instante.
Desde entonces, cada figura que tocan,
cada peluche que cae en sus manos,
es más que un objeto.
Es alguien.
Un ser con nombre, con emoción,
con una historia que empieza al mirarla.
No son cosas.
Nunca lo han sido.
Para ellos, todo lo que se abraza cobra vida.
Hoy me ha vuelto a pasar.
Cada mañana, cuando hago el camino de Bilbao a Cruces,
paso por una pequeña tienda.
Un rinconcito encantador,
dedicado a la costura.
En su escaparate, diminuto,
apenas un recuadro de cristal,
se alinean con delicadeza
pequeños cuerpos de hilo,
encajes minuciosamente trabajados,
tesoros tejidos con paciencia.
Y allí estaba ella.
Desde el primer día me miraba.
Una potrilla negra,
con hocico y orejas blancas,
suspendida entre ovillos de colores
y puntillas antiguas.
Y cuando digo que me miraba, lo digo en serio.
No es que simplemente estuviera ahí,
en una estantería sin más.
Sentía incluso sus ojos en la nuca
cada vez que pasaba de largo por delante.
El día uno me sorprendió.
El dos me hizo gracia.
El tres… ya no supe cómo esquivar su mirada.
Y los días siguientes,
directamente sentía su peso en el pecho
al cruzarse nuestros ojos.
Sabía que estaba ahí esperándome a mí.
No he podido más.
Porque esa potrilla no es una potrilla cualquiera.
La potrilla eres tú.
Adentro.
Esperando a que yo te rescate
de ese escaparate,
de ese lugar frío y ajeno,
para traerte a donde realmente perteneces.
No lo he dudado más.
He entrado, la he cogido,
y ahora está aquí,
colgada en tu box, a mi lado.
Sé que no es magia,
ni superstición.
Nosotros no creemos en milagros.
Creemos en la ciencia.
Pero también creemos en los símbolos.
Y en que hay cosas que no necesitan
necesariamente una explicación lógica.
Y esta potrilla salvaje,
ahora que está aquí contigo,
me susurra que ya está.
Que por fin te he traído a salvo.
Que lo difícil quedó atrás.
Y que a partir de ahora
empieza lo bueno.
Solo espero que nadie aquí haga prácticas de vudú
con los muñecos de ganchillo,
que te veo en cualquier momento dando brincos
sin que sepamos por qué.
Y te aviso:
si el burro comienza a moverse solo,
me cambio de hospital.
Te quiero.
Te traigo todo lo que tengo.
Of corsa_B