3 min read

Te autorizo a vivir

Te autorizo a vivir

Martes, 14 de enero de 2025


Querido Edu,

Estoy en Bilbao.
Tú también.
Pero en otro lugar.
En otro hospital.
En otra cama.

Y aún así,
te siento aquí.
Denso.
Presente.
Como si tu ausencia tuviera peso.

Esta noche dormiré con mi hermana.
Hará de estufa humana.
Se meterá conmigo en la cama
y me abrazará por detrás,
como si supiera exactamente por dónde se me escapa el calor.
Le presto unas bragas.
Y un cepillo de dientes.
Nos reímos un poco.
Porque ha venido sin nada, como siempre:
práctica, rápida, con ese punto suyo de “ya lo resolveremos”.
Y porque sí.
Porque después de un día como este,
si no encontramos algo que nos saque una sonrisa,
nos oxidamos.

Hace apenas una hora hemos estado en Cruces.
Nos han dejado verte un momento.
Es de madrugada.
Todo parece sacado de otro mundo:
las voces tenues,
la limpieza perfecta,
la organización milimétrica.
Un hospital con ritmo de orquesta.
Y cada uno en su nota.
El sitio funciona.
Y eso, después de lo vivido, ya es ciencia ficción.

Me ha recibido una médica.
Y yo, tan cansada como desbordada,
le he soltado todo lo que me queda de lógica optimista:
que eres fuerte,
que no fumas,
que no tienes patologías,
y que eres joven.

Mirándome como si estuviera leyendo tu historial
ha respondido, sin pestañear:
“Joven, lo que se dice joven… yo no lo consideraría.”

Y claro, al ver mi cara, ha intentado arreglarlo.
Me dice que tiene tu edad.
54.
Como si eso suavizara algo.
Como si con ese dato yo fuera a decir:
"Ah, bueno, entonces estupendo, perdone usted".

Y yo ahí, de pie, medio temblando,
con la mochila aún colgando del hombro,
y la cara con la que una pide ayuda,
pensando:
pues nada, bienvenida a Cruces, señora.
Un lugar donde todo es impecable,
salvo el tacto.

Y vale, puede que no fuera su mejor noche.
Que una médica de guardia a las dos de la mañana
no esté para frases redondas ni consuelos teatrales.
Pero también es verdad que yo vengo
de uno de esos días que parecen diseñados para partirte.

Un día que no empieza,
sino que cae sobre ti como una piedra.
Un día en el que desde que entras en la UCI
sabes que algo va mal
y que nadie te lo va a decir en voz alta.
Un día de médicos con pasos rápidos,
de maniobras que ya no suenan a rutina,
de cuerpos —el tuyo— que empiezan a salirse de los márgenes.
Un día en el que ya no se cuida:
se intenta.
Se improvisa.
Se empuja.

Todo eso pasa hoy.

Cuando llego por la mañana, ya están sobre ti.
No hay tiempo para preguntas.
Hay médicos a tu alrededor.
Y todo tiene esa urgencia silenciosa
que ya reconozco.
Pero hoy es distinta.
No parece que estén haciendo algo.
Parece que están intentando algo.
Y no es lo mismo.

Están probando el reclutamiento alveolar.
Una maniobra brutal.
Una presión forzada que intenta abrir tus pulmones
como si fueran puertas atascadas.
Empujan aire.
Ajustan.
Esperan.
Y nada.

No funciona.
Y no hay siguiente paso.
No queda nada por hacer
Solo una línea muy fina.
Una oportunidad.

Y entonces me lo dicen.

Me hablan del ECMO.
Lo pronuncian despacio.
Como si cada letra pesara más que la anterior.

Una máquina.
Un circuito.
Un pulmón fuera de ti.
Tu sangre sale.
Se oxigena fuera.
Y se devuelve.
Como si, por unas semanas,
la vida pudiera prestarse.
Como si el cuerpo necesitara ayuda
y se pudiera pedir.

Pero no es simple.
Hay que abrirte.
Colocar cánulas en el cuello,
en la ingle,
en lo más frágil.
Es una cirugía.
Es un riesgo.
Pero ya no hay opciones seguras.

Hay que autorizarlo.
Y antes de que ellos llamen a Cruces,
yo ya he dicho que sí.
Digo que sí sin saber.
Digo que sí sin garantías.
Digo que sí porque no podría no hacerlo.

Después llaman.
Y entonces empieza la espera.
Porque no es inmediato.
Hay que mandar tus datos.
Tus constantes.
Tus analíticas.
Tu fragilidad.
Y esperar.

Ese rato, Edu, amor mio,
ese rato en el que no sé si te aceptan,
es el lugar más oscuro en el que he estado.
No es un pasillo.
No es una sala de espera.
Es un abismo con luces de hospital.
Una habitación llena de gente
y, al mismo tiempo,
completamente vacía.

Nadie puede decirme nada.
Todo está suspendido.
Tu vida.
La mía.
El siguiente minuto.

Y yo allí.
Sosteniendo el sí que ya he dado.
Sin saber si va a servir para salvarte
o para perderte antes.

Te aceptan.

Y llegan.
Las mejores.
La jefa de la UCI.
La jefa de Cardiovascular.
No hacen ruido.
No titubean.

Te conectan.
Abren.
Colocan.
Cosen.
Regulan.

Y yo,
en una esquina,
solo intento no caerme del todo.
No perder la parte de mí
que sigue escribiéndote
mientras tú sigues respirando
desde otro lugar.

Ahora todo está en marcha.
Tú, dormido.
Pero en otra pelea.
Yo, despierta.
Muerta de miedo.
Y llena de amor.

Hasta mañana, cariño.
Voy a comprobar la temperatura de la cama,
donde mi hermana, enroscada como gata,
me guarda un hueco.

Te amo tanto que me arde el cuerpo.
Of corsa – B.