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Por si no me da tiempo

Por si no me da tiempo

Viernes, 17 de enero de 2025

Querido Edu,

Estoy instalada en casa de la tata Adri
desde que llegamos a Bilbao.
No es una visita.
Es un lugar donde caer.
Donde poder dejar el abrigo en una silla
y el miedo en el pasillo.

Hay en su manera de estar
una especie de abrazo constante
que no hace ruido.
Me deja llorar cuando lloro,
reír cuando puedo,
y hablar contigo como si todavía me escucharas
desde el otro lado de la habitación.

También cuida de los nenes.
Les escribe.
Les llama.
Les pregunta si han comido.
Les recuerda, sin decirlo,
que hay otro sitio donde guarecerse,
otro lugar donde esconderse del dolor.

Yo la observo desde la cama que me ha prestado,
y la quiero más.
Y eso que ya la quería tanto.

Es viernes.
Y los cuerpos, incluso el mío,
necesitan un descanso.

Esta mañana, ella se ha ido temprano a la universidad.
La muy cabrita me ha hecho madrugar
como si estuviéramos en un cuartel militar.
La he visto saltar desde la cama,
medio deshecha,
y he pensado que yo no podría con el día.
Pero he salido.

Gran Vía me ha llevado.
No tenía rumbo,
solo piernas
y una necesidad extraña de moverme.

He vuelto con las uñas hechas,
y unas compras para nuestros cuchifritos.
Porque ya sabes:
madre que no vuelve con bolsas
no es madre, ¿no?

Y a la tarde,
me he subido a un coche
que no conducía yo.

Y no sé en qué estaba pensando.
Quizás en nada.
Quizás en llegar.

Pero en cuanto se ha cerrado la puerta,
he sabido que había cometido un error.
No tenía el control.
No podía frenar.
No podía elegir.
Y he sentido que iba a morirme.

He creído que ese era el final.
Que íbamos a chocar.
Que no iba a dar tiempo.
Ni a pedir ayuda.
Ni a tocar a los niños una última vez.
Ni a decirte adiós.

He apretado las piernas.
He mordido la lengua.
He tragado saliva como quien se traga un grito.
He rezado sin saber a quién.

Y no era por la velocidad.
Ni por el conductor.
Era por mí.
Por esta carne que solo soporta el miedo
si lleva el volante en las manos.
Si piensa que puede decidir algo.
Sobrevivir algo.
Aferrarse a lo que tiembla.

Y no podía.

Así que lo tengo claro.
Desde hoy, solo en bus.
Con un extraño al volante.
Uno que, si no me lleva de vuelta a casa,
al menos no sabrá que la mujer del asiento de atrás
iba llorando por dentro,
pensando en ti,
en Barbi,
en Huno,
y en todo lo que aún no me he atrevido a dejar escrito
por si no me da tiempo.

He venido a casa, solo por esta noche.
Quería verlos.
No para preguntarles nada.
Solo para mirarles las manos.
Comprobar que aún se movían con la lentitud de los días tristes.
Ver si el sueño les abrazaba o si también ellos
seguian durmiendo con miedo.

Quería verlos sin despertarlos.
Ver si al respirar decían tu nombre.
Si aún te llevaban dentro,
como se lleva una semilla,
como se lleva una herida que aún no sangra.

Edu, cariño,
sigo contigo.
Sigo a pie de cama.
Aún estás en Cruces.
Estable, dicen.
Dentro de la gravedad.

La oxigenación extracorpórea,
la diálisis,
y todos los refuerzos que llevas encima,
no son cura.
Son andamios temporales.
Cimientos en días prestados.

Lo importante eres tú.
Siempre tú.
Debes hacerlo.

Tu cuerpo lleva días buscándose.
A veces responde.
A veces no.
Le das guerra a las máquinas.
No te adaptas a la primera.
Pero ya te van conociendo.
Te escuchan.
Te esperan.

Esa sobreinfección en los pulmones
sigue sin ceder.
Los cultivos tardan,
los resultados no llegan.
Los médicos prueban.
Investigan.
Resisten contigo.

Es un rompecabezas.
Y tú,
una pieza que no encaja fácil.
Pero permaneces.

Y yo tengo frío.
No de los pies,
ni de las manos.
Del otro.

Desde que no estás,
no sé dormir sola.
Me voy buscando aliados
para cubrir el hueco.

Esta noche, Barbi.
La he echado de menos.
Tiene esa manera suya de buscarme dormida,
de encontrar con su cuerpo
la forma exacta de recogerme.

Se acomoda a mi espalda,
y por un momento,
mi cuerpo se deja.

Pero hay un lugar en esta cama
que no se llena.
Ni con risas,
ni con brazos,
ni con sueño.

Está hecho de ti.
De tu peso.
De la forma exacta en que te rendías al dormir.
Y sigue ahí.
Fiel.
Cruel.

A veces paso los dedos por ese hueco.
Muy despacio.
Como si tocara una cicatriz.
Como si pudiera convencerme,
al menos por un segundo,
de que vas a volver a ocuparlo.

Te extraño.
Te extraño con los dientes apretados.
Con todo el cuerpo en guerra.

¿Y tú,
nos echas de menos
aunque no puedas decirlo?

Te amo.
Of corsa – B.