Lo que sostiene el aire

Sábado, 11 de enero de 2025
Querido Edu,
Seis días.
Seis días desde que dejaste de hablarme.
Desde que tu cuerpo decidió quedarse quieto,
como si supiera que tenía que gastar la energía
únicamente en seguir vivo.
He dormido poco.
Comido apenas.
Me he pasado las horas
pegada a tu cama en esa UCI,
mirando el mismo monitor,
contando los mismos pitidos,
esperando que, de pronto,
todo cambie.
Y no cambia.
No hay una línea ascendente.
No hay mejora.
Solo una sucesión de pruebas,
de maniobras que parecen prometer algo,
pero no terminan de funcionar.
Un día te giran con extremo cuidado,
como si el más mínimo error pudiera quebrarte.
Para mover a alguien como tú,
tan complicado,
hay que desconectar todo.
Respirador, bombas de medicación, vías.
Desenchufarte del mundo,
dar la vuelta a tu cuerpo,
y volver a encenderlo todo como si no hubiera margen de error.
Lo van haciendo.
Y lo vas tolerando.
Dormido, sí,
pero con esa manera tuya de decir:
Estoy aquí. No me he ido.
Después ajustan la sedación porque tu corazón se dispara.
Te quitan el relajante muscular para ver si tu cuerpo responde,
pero responde poco.
O responde mal.
Intentan “destetarte” del respirador.
Palabra absurda.
Como si dejar de respirar por una máquina
fuera como soltar un chupete.
Como si tus pulmones pudieran volver a trabajar
como si nada hubiera pasado.
Pero por la noche te descompensas.
Y todo vuelve atrás.
Dicen que no es un retroceso.
Que es el cuerpo marcando el ritmo.
Pero yo los escucho y sé
que es otra forma de decir
que no avanzas.
Y eso —aunque no lo digan—
no es bueno.
No puede serlo.
Tu cuerpo no empeora,
pero tampoco despierta.
Y lo que al principio llamaban “estabilidad”,
ahora se parece demasiado a un estancamiento.
Los días que precedieron a este abismo no dejan de visitarme.
Esa conversación con Margaret.
Lo hartita que estaba yo de tus quejíos,
Le pregunté cuánto quería que le pagase por quedarse contigo.
Lo dije en broma, claro.
Pero qué broma más cruel cuando se ve desde aquí.
Tú ya estabas mal.
Tú ya sabías.
Y yo no.
O no quise saber.
No me lo perdono.
A veces, el amor no basta.
Y no sé cómo vivir con eso.
Y sin embargo, hay algo que no me deja caer del todo.
Algo que respira cerca.
Que me toca.
Que no dice nada.
Barbi duerme conmigo.
Se acurruca como cuando era pequeña,
me rodea con su cuerpo menudo
y me acaricia la cabeza como si supiera que, justo ahí,
se me deshace el mundo.
Huno es mi sostén silencioso.
Se ha hecho adulto sin consultarlo con nadie.
Cuando me adormilo un poco,
me tapa con la manta,
como si supiera que el frío, a veces,
empieza por dentro.
Son ellos quienes me sostienen ahora.
Y yo los dejo.
Porque también soy niña en este dolor.
Fuera de estas paredes,
la vida sigue como si nada.
El mundo no se detiene porque tú estés en pausa.
Las tiendas abren, los buzones se llenan,
las rebajas han empezado.
Así que hoy, sin levantarme de esta silla,
sin dejar de vigilar el leve ascenso de tu pecho,
he comprado un abrigo desde el teléfono.
No lo hice por vanidad.
Tampoco por necesidad.
Lo hice porque hay días en los que ya no me reconozco.
Ni en el espejo del ascensor,
ni en las fotos,
ni en la forma en que el cansancio me ha cambiado la cara.
Y pensé que tal vez,
cuando vuelva a ponerme algo nuevo,
algo que no lleve memoria,
podría volver a encontrarme un poco.
No sé describirte el abrigo.
No importa cómo es.
Solo sé que lo voy a estrenar contigo,
aunque no sea más que para pasear por los pasillos del hospital.
De tu brazo.
Como si eso bastara.
Y basta.
Cuando despiertes,
quiero que me mires
y entonces, si sonríes,
si de verdad sonríes,
yo habré vuelto.
Y tú también.
Porque si algo sé con certeza,
es que tú quieres volver.
Con todo lo que tienes.
Con todo lo que queda.
Y si sigues peleando,
yo también.
Aunque el aire se vuelva más denso.
Aunque el miedo me hable bajo.
Aunque la espera se alargue.
Tú quieres volver.
Y yo te espero.
of corsa – B.