3 min read

Equilibrio

Equilibrio

Miércoles, 29 de enero de 2025

Querido Edu,

Que empezaríamos a ver cambios.
Eso me dijeron.
Que empezaríamos.
Y yo, idiota de esperanza, me lo he tragado entero.
Sin masticar, sin pausa.
Como traga quien se ahoga.
Como si una frase bastara para salvarte.

Pero no hay cambios.
No hay milagro, ni vuelta.
Tu cuerpo, amado, atado, ha resistido como un perro con las patas rotas en medio del barro.
Sin grandes avances, pero estable, dicen.
¿Y eso qué es? ¿Un premio de consolación? ¿Una forma bonita de decir que seguimos igual de jodidos?

¿Estancado? ¿Estacionario? ¿Qué más da si te sigo viendo quieto?
"Los pulmones están más aireados", me dicen,
como si eso me fuera suficiente.
Como si pudiera respirar yo también con ese dato, con esa cifra estúpida.
Y tú, que siempre ibas a lo grande, ahora peleas sin tregua,
cuerpo a cuerpo contra bichos de mierda.
Virus, bacterias, hongos, lo que sea que te esté royendo desde dentro.
Positivo en herpes.
Sospechas de más.
La lista ha crecido como una pesadilla y yo aprieto los dientes.

Pero tranquila, repiten, como si eso calmara algo.
Tenemos antibióticos. Tenemos antivirales.
Una farmacia entera cargada como un ejército para echar a los okupas.
Esto pasa en los inmunodeprimidos, como tú.
Como tú, que atraes a los gérmenes como si fueras estrella de rock.
Que vengan todos, que prueben.
No saben con quién se meten.
No saben que es contigo.

Necesitarás más tiempo, amor.
Eso también lo repiten.
Pero lo estás haciendo bien.
Lo haces muy bien.
Tus pulmones quieren despejarse,
pero aún no.
Tal vez este sábado.
Tal vez la semana que viene, con otro TAC,
para ver si la fibrosis ha tomado el mando.
Para entender por qué te cuesta tanto oxígeno,
por qué resoplas en la sombra.

La tensión ha estado más baja, después de que te hayan ido quitando líquido acumulado.
Durante días, tu cuerpo se ha ido llenando sin medida.
"Balance positivo", lo llaman: el agua se queda donde no debe,
inundando tejidos, hinchando órganos, colándose incluso en los pulmones,
como si el propio cuerpo se estuviera saboteando.

Pero estás conectado a la máquina de diálisis
para obligar al cuerpo a soltar,
a ceder todo ese exceso que te ahoga desde dentro.

Buscan que el agua retroceda, que la marea baje más de lo que sube.
que salga más de lo que entra,
como si cada gota arrancada fuera una tregua,
una posibilidad más de que tus pulmones respiren libres.

Y llegar al equilibrio.
Ni demasiado seco.
Ni versión piscina.
Solo exacto.
Solo justo.

Poco a poco, mi amor.
No tienes que cruzar la meta mañana.
Puedes quedarte aquí, en esta curva,
tomar aire, seguir dormido un rato más.
Yo no me muevo de tu orilla.

Cada día, al ir a verte,
algo se me encoge.
Una ansiedad callada,
un impulso en carne viva.
Salgo disparada, convertida en cohete,
en versión femenina de Fernando Alonso,
pegando gritos a quien se atreva a frenar mi camino.
Necesito llegar.
Verte.
La desesperación me arde por dentro.

Y cuando por fin abren la puerta,
cuando llega la hora,
yo atravieso el pasillo con el corazón desbocado, como si algo invisible me empujara por detrás.
Busco tu box con la mirada.
La cortina corrida me parte en dos.
Porque si está cerrada, sé que no puedo entrar.
Que siguen contigo.
Y yo me quedo ahí, detenida,
con el pecho temblando,
respirando a bocanadas,
lidiando con esta tos de nervios que me da.

Pero si está abierta.
Si puedo entrar.
Si te veo.
Todo cambia.

Me acerco como quien pisa el paraíso.
Me quito la mascarilla con descaro, con rebeldía,
mirando a todos lados para asegurarme
de que nadie me despoja de este momento.
Me inclino sobre ti,
te dejo un beso suavecito (o mil)
y te digo lo que nunca me cansaré de decirte:
Te quiero.

Y entonces, recién entonces, empieza mi día.
La ansiedad se disuelve.
Tu presencia lo vuelve agua.
Exploto de amor por dentro,
pero no te preocupes,
todavía no lo he puesto todo perdido.

Verte y besarte cada mañana
es lo que me mantiene en pie.
Mi recarga.
Mi trocito de felicidad.

Llevo días pensando en tu silbido.
En ese sonido tan tuyo,
marca registrada de llegada,
una melodía imposible de imitar
que nos avisa que papá llega a casa.

Pero no es solo un aviso.
Es una declaración de intenciones:
¡Ya estoy aquí con ganas de abrazar!

Y no importa cómo haya sido el día.
Cuando te oímos subir las escaleras,
el mundo entero se pone en pausa.
Todo lo malo se queda fuera.
Los cuchi cuchis salen de sus escondites
y yo, aunque finja estar ocupada o enfadada por alguna tontería,
me derrito.
Una y otra vez.

Hasta los vecinos se asoman y se preguntan
cuándo piensas aparecer.

No tardes, amor.
Tu aviso musical es nuestro interruptor de la alegría.
¿Quién necesita un timbre
cuando te tenemos a ti
y tu repertorio de notas?

Mientras tanto,
yo seguiré volando por esos pasillos,
entre nervios y emoción,
hasta que llegue el día
en que pueda traerte a casa conmigo
y no me pierda ni un segundo más lejos de ti.

Te quiero, te extraño.

Of Corsa_B