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La sed sin fondo

La sed sin fondo

Domingo, 26 de enero de 2025

Querido Edu,

Ayer hablé con la jefa de la UCI.
La misma que, junto con la de cardiovascular,
se dejó la piel contigo en aquella maniobra tan complicada
del 14 en Logroño.

La noté serena. Cauta.
Aquí no se vende humo,
pero volvió a decir que vamos bien,
que seguimos en el camino correcto.
Insistió en que todo este tiempo ha sido clave,
que tu cuerpo se está preparando
y que, a partir de la semana que viene,
empezaremos a ver cambios.
Importantes.
Visibles.

Por lo que entendí —o eso quiero creer—,
todo este proceso ha sido como afinar un instrumento
antes de un gran concierto.
Un poco por aquí.
Otro poco por allá.
Y ahora, por fin, parece que estamos listos para pasar de fase.

La jefa parecía segura.
Y yo quise quedarme solo con eso.
Con que estamos donde hay que estar.

Pero tengo miedo, Edu.
Al fondo, algo no se lo cree del todo.
Algo se retuerce.
Y no sé si es intuición
o es solo que te quiero demasiado
como para no temblar.

Porque lo cierto es que sigues ardiendo por dentro.
Tu cuerpo devora la medicación como si le doliera estar quieto.
Como si quedarse en calma fuera más insoportable que el propio combate.

Y esa forma tuya de resistir,
de no dejarse contener por nada,
hace que la tensión se dispare,
que el corazón se acelere,
que el oxígeno no alcance,
que cada célula se vuelva un incendio
imposible de apagar.

Así es como te agotas.
Así es como trabajas el doble de lo que deberías,
sin tregua.
Sin descanso.
A costa de ti mismo.

Y por eso están volviendo a probar con la sedación gaseosa.
Porque tu cuerpo no se doblega.
Pero necesita entregarse un poco.

La última vez que lo intentaron,
tus pupilas se dilataron de forma alarmante.
Un síntoma que encendió todas las alarmas.
Un posible trombo.
Un miedo.

Pero el TAC lo descartó.
No era eso.
Era solo una reacción a la medicación.
Una más.
Otra señal de que tu cuerpo responde como quiere.
A su manera.
Como siempre.

Aun así, te vigilan más que nunca.
Te observan sin descanso.
Y yo también.
Yo más.

Así que, porfa, mi amor…
afloja un poco.
No hay prisa,
no hace falta que nos pongas a prueba cada día.

¿Y ahora qué hago yo con todo este amor?
¿Dónde meto las ganas que me muerden cuando cae la noche y no estás?
¿Dónde dejo tu hueco en la cama, si no hay forma de llenarlo, si lo único que necesito es que seas tú quien se enrosque a mi espalda y me salve?
Y no vienes. Y no puedo. Y me sobra todo: el roce de las sábanas, el peso del cuerpo, el frío de la casa, y el umbral vacio.
Me sobra hasta el aire.

¿Sabes cuántas noches he pasado tocando ese lado intacto de tu forma,
como si al acariciarlo pudiera arrancarte del sueño,
despertarte con mis dedos?
Una.
Dos.
Todas.

Me falta tu voz.
Tu “madre mía, qué espectáculo de mujer”
cada noche,
justo al desnudarme.
Con esa mezcla de asombro y deseo,
como si me vieras siempre por primera vez.
Como si mi cuerpo fuera nuevo cada día,
y tú no pudieras evitar rendirte.
Como si no tuviéramos historia,
pero sí un hambre infinita,
una sed sin fondo.

Eres mi espejo más feroz.
Más real.
A través de tus ojos no solo soy fuerte o guapa o lista.
Soy invencible.
Única.
Tan valiosa que me creo indestructible.

Y ahora no soy ni sombra.

No necesito que te despiertes para saber
que tus palabras siguen vivas dentro de mí.
Pero me muero por escucharlas.
Por verte abrir los ojos y volver a decírmelo,
aunque sea con la voz rota.

Llevo tu frase en la piel.
En la sangre.
En la espera.

Y sigo aquí, Edu.
Desnuda de certezas,
llena solo de lo tuyo.
De lo nuestro.
Y de esta rabia por tenerte cerca
y no poder tocarte sin romper el mundo.

Te amo
Of corsa – B.