Incluso así

Viernes, 7 de febrero de 2025
Querido Edu,
Me esfuerzo, amor.
Me esfuerzo como nunca en mi vida.
Por ti, solo por ti.
Dicen que soy fuerte.
Que soy un ejemplo.
Que los demás se sostienen
porque yo me mantengo en pie.
Pero no saben.
No saben lo que pasa por dentro.
No saben que estoy llena de cristales,
que cada palabra que no digo me corta.
Que cada vez que sonrío para tranquilizar a alguien
siento que me abandono un poco más.
Y no quiero abandonarme, Edu.
Pero a veces no puedo evitarlo.
Me vacío. Me canso. Me pierdo.
Hoy el parte es bueno.
Han drenado la vesícula sin complicaciones,
no hay sangrados, la heparina está bajo control,
y no creen que el colon necesite cirugía.
Han decidido probar corticoides,
quizá para aliviar esos pulmones cansados,
quizá también para empujar fuera lo que quedó dentro,
esa sobreinfección que se te pegó en Logroño,
cuando ya estabas luchando contra la neumonía viral,
cuando tu cuerpo, sin fuerzas, tuvo que soportar todavía más.
Dicen que tal vez eso te despierte.
Y me aferro al “tal vez” porque es lo único que no se me escapa.
Si los pulmones responden,
el resto puede seguir.
Si entra aire, los riñones podrían arrancar.
El estómago dejaría de cerrarse.
El colon —ese nudo— tal vez se afloje.
Todo en ti está en espera,
en silencio, mirando al capitán.
Y el capitán eres tú.
Y no das la orden.
O no puedes.
O no te dejan.
Y yo me muero.
Me muero, Edu.
Porque te amo con un amor que ya no cabe.
Un amor que presiona, que aprieta, que no se calla.
Un amor que va a estallar.
Y no sé dónde ponerlo cuando no estás.
Se me acumula en las manos, en la boca, en los ojos.
A veces me recorre el cuerpo como electricidad.
A veces se incendia.
Y a veces me rindo al colchón
como si ahí pudiera desaparecer sin morirme del todo.
Es difícil, cariño.
Parece que la vida sigue, pero todo está detenido.
Una línea que avanza sin moverse.
Nuestra historia colgada de un clavo,
suspendida en un paréntesis que nadie se atreve a cerrar.
Los días se encadenan.
Nada cambia.
Solo se hace más difícil.
El ruido de fondo ya no duele,
pero tampoco cesa.
La espera no envejece.
Apenas se hunde.
Hoy te he echado de menos de otra manera.
No más. No menos.
Solo distinta.
Un café que no despierta.
Un abrazo que no llega.
Nuestra cama, en silencio,
vacía de tus ojos.
No estás mirándome.
No está esa forma tuya de desearme
que me deja desnuda sin tocarme,
como si tu cuerpo ya estuviera encima del mío.
Ese hambre tuya, de querer comértelo todo, una y otra vez.
Y tras ese vacío,
me ha faltado también el resto.
Lo que nos hace reír.
Lo que nos hace hogar.
Me ha faltado verte poner cara de "Ya está otra vez"
cuando canto la misma canción durante horas.
Discutir contigo sobre si el agua del grifo del baño
sabe diferente del de la cocina.
Que me mires con esa mezcla de resignacion y cariño
cuando insisto en que tengo razón
(y la tengo, Edu, lo sabes).
Ese "Cari, he estado pensando" que siempre anuncia una de tus ideas,
de esas que al principio me parecen absurdas
y al final acabo defendiendo como si fueran mías.
Y me ha faltado tu cara de “Dios mío, dame paciencia”
cuando aparezco con mil bolsas de Zara como si las hubiera cazado al vuelo,
orgullosa de mi botín.
No sé cómo se vive un día normal
cuando tú —mi cuerpo compartido, mi punto de partida—
no estás en lo que pasa.
Algunos días me acerco a algo parecido a la calma.
Otros, todo me roe por dentro.
Y mientras tanto te extraño.
Con lo que queda de esperanza
reuniéndose cada día en tu nombre
y el cuerpo lleno de preguntas.
Y tengo miedo, Edu.
Un miedo que no se dice en voz alta.
Porque no sale en los partes.
Pero yo lo pienso todo el tiempo.
Pienso en tu cerebro.
En lo que habrá pasado ahí dentro
mientras te faltaba el oxígeno.
En lo que tal vez ya no está.
Y me ahoga imaginar que abras los ojos
y no sepas quién soy.
Que no recuerdes.
Que te rías distinto.
Que no me mires como antes.
Tú y yo hablamos tantas veces de esto.
De que si un día no éramos nosotros,
no querríamos quedarnos.
De que si el otro se convertía en un lastre,
habría que soltar.
Y yo te creí.
Yo también lo dije.
Pero ahora estoy aquí,
y pasan los días,
y te leo estas cartas,
y veo cómo te sostienes en silencio,
y lo que siento es otra cosa.
Ahora sé que incluso así,
con tu cuerpo atado a una cama
y mi voz leyéndote en la penumbra,
sería suficiente.
Aunque no recuerdes.
Aunque no puedas hablarme.
Aunque ya no seas tú como antes.
Porque algo de ti se queda.
Porque lo que fuimos no desaparece.
Porque incluso así,
quiero estar.
Edu,
te lo suplico:
vuelve.
No tardes más.
No me acostumbro.
No me sale vivir sin ti.
No así.
Porque lo nuestro no entiende de pausas
ni de tiempos muertos.
Cuando vuelvas, retomaremos el hilo
igual que si hubieras salido un momento a por el pan.
Prepárate, porque pienso ponerte al día de todo:
de mis teorías, mis facturas de gastos,
de la eterna discusión del agua del baño y la cocina,
de mis canciones en bucle,
y de la lista de veces en las que, te guste o no,
he tenido razón en este tiempo.
Va a ser un intensivo de nuestra vida juntos.
Y no te puedes escaquear. Lo siento.
Te amo,
Of corsa_B