Cuando todo estaba en su sitio

Miércoles, 15 de enero de 2025
Querido Edu,
Fue a Bilbao.
La primera vez que salimos los dos solos,
sin presión,
sin las miradas inquisitorias del pueblo,
sin el comité de evaluación amorosa
que formaban amigos y vecinos,
esos que ya estaban en modo detective,
esperando a ver cuándo nos atrevíamos
a oficializar lo que todos intuían.
Un lunes, cariño.
Tú y yo.
Con toda la emoción del mundo.
Y el Guggenheim cerrado.
Porque claro,
los museos cierran los lunes,
pero nosotros, en nuestra burbuja,
no caímos en ese pequeño detalle.
Lo bueno es que no nos hacía falta arte moderno
para vivir un día inolvidable.
Nada de eso importó.
Lo que realmente nos marcó
fue el viaje en coche.
Tú, al volante.
Concentrado.
Sereno.
Yo, de copiloto,
mirándote a ratos por la ventanilla,
a ratos de reojo,
como quien se empapa sin querer
de cada segundo.
No era un silencio incómodo.
Era uno de esos que fluyen,
que envuelven,
que llenan,
que dicen sin palabras:
todo está en su sitio.
Cada kilómetro
íbamos siendo más nosotros.
Sin prisa.
Sin empujarnos.
Solo estando.
Y aunque durante largos ratos
no dijimos nada,
había algo entre los dos
que hablaba sin hacer ruido.
Fue entonces,
sin previo aviso,
cuando empecé a enamorarme de esa parte de ti:
de tu manera de estar presente
sin invadir.
De tu calma contagiosa.
Un flechazo callado.
Profundo.
Silencioso.
Después de aceptar que el Guggenheim tendría que esperar,
paseamos por la ría.
Sin prisa.
Y entonces ocurrió.
Tu mano buscó la mía.
Sin ceremonia.
Sin duda.
Un gesto tan pequeño,
y a la vez,
tan inmenso.
Me quedé muda.
Sintiendo el calor de tu piel.
Sabiendo, sin pensarlo,
que estaba en el lugar correcto,
con la persona correcta.
La vuelta a casa fue igual de mágica.
El mismo silencio,
pero lleno ahora de algo nuevo,
algo que aún no sabíamos nombrar,
pero que ambos sentíamos
había venido para quedarse.
Aunque al llegar a Nájera
jugáramos un poco más a los agentes encubiertos,
yo ya lo sabía:
no había vuelta atrás.
Hoy me aferro a ese día,
como quien muerde algo para no soltarlo jamás.
No quiero hablarte de cánulas,
de cultivos,
de sangre que entra y sale de una máquina.
No hoy, amor.
Hoy solo quiero volver a apretarte la mano,
aunque sea en mi cabeza,
aunque sea en el aire.
Me repito nuestra aventura bilbaína
como quien repite un conjuro,
como quien quiere que todo vuelva a empezar desde allí.
Desde ti al volante,
desde tu mano en la mía,
desde el silencio donde aún no faltabas.
Pero ahora faltas.
Faltas de un modo que no sé cómo escribir sin romperme.
Sigues estando guapísimo.
Sigues estando mío.
Sigues estando.
Y yo sigo aquí,
desnuda de todo
menos de ti.
Mañana, si hace falta, te actualizaré.
Hoy solo te lloro bajito,
como se llora a los vivos que duelen más que los muertos.
Y cuando despiertes,
prometo que volveremos a intentarlo.
Esta vez con el museo abierto
y la mano bien cogida,
como entonces.
Mientras conduces,
te miraré de reojo,
como aquella primera vez,
reconociéndonos
en cada kilómetro.
Te quiero.
Te quiero.
Te quiero.
Of corsa – B.